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CARTA LI

¡ Cosa decidida ! Á pesar de lo que yo os decía, sois el preferico de la presidenta; se os ha sacrificado un rival amado, triunfáis. ¡ Qué afortunada es vuestra vanidad! ¡Cuánto me reirla si vuestro preten- dido triunfo condujera á despediros el día menos pensado! Porque pudiera ocurrir que ese sacrificio que constituye toda vuestra gloria no fuera más que un fingimiento. ¿No habéis aprendido todavía 4 desconfiar de los sentimientos que afectan las mujeres? Pero si la bella os hubiera tomado para des- pertar en el corazón de su Cupido un amor que comen- zaba á languidecer, si no fuerais más que el instru- mento de los celos del uno y del artificio de la otra, ¿habría motivo para reirse? La presidenta es poca fina, me diréis y, por consiguiente, incapaz de una intriga así. El amor, querido marqués, es un gran preceptor y los más imbéciles (en otros órdenes de la vida) hacen gala muy á menudo de un discerni- miento fino, justo y seguro cuando está interesado su corazón. Pero dejemos la tesis particular y consi- deremos á los hombres, en general, en la situación en que vos os encontráis.