Estáis obedecido, señor; doy por fin al público lo que mis pesquisas han conseguido hacerme saber de la célebre Mlle de Lenclós. No se trataba para mí sólo de pintar una mujer galante como tal vez supongan los que desconocen el pasado siglo; tenía que hacer el retrato de una mujer inimitable en todo, que quiso ser hombre, apenas pudo pensar y que, en el maravilloso reinado de Luis XIV, llamó la atención de los adoradores del mérito verdadero.
Durante una vida de noventa años vió á su país renovarse y cambiar más de gustos sin que dejara ella de ser del de todos, sin ser nunca diferente de sí misma y sin parecerse á nadie. Y hubiera sido en todas las edades y en yodos los pueblos cultos lo que fué en París, porque no debió á la inconstancia de las modas ninguna de las gracias ni de las sólidas cualidades que formaron su caracter.
Poseemos entre nosotros personas respetables que