DE NINÓN DE LENCLÓS 27
sus profundos estudios y ocupaciones le dejaban. Cuando llegó á ser príncipe de Condé no cesó de darle pruebas de la más viva amistad; hasta encontrán- dose en la calle se le vió detener su carruaje y correr á saludarla á la portezuela del suyo.
El príncipe de Marsillac (1), menos filósofo en- tonces que más adelante, y lleno, por el contrario, de todos los vicios de la juventud de su tiempo (2), no pudo negar su admiración á las cualidades sólidas y estimables de Ninón, á quien veía mucho con el duque de Enghicn; pronto trabó con ella una amistad que duró hasta su muerte. Nada en verdad era corn- parable al noble desinterés con que esta muchacha trataba á gentes tan por encima de ella. Nunca la menor consideración de las ventajas que pudiera sacar de sus ilustres relaciones, entró para nada en su conducta. Los impulsos de su corazón y el mérito que reconocía en sus amantes eran los sólos motivos de su dicha.
La celebridad de Ninón, llevada al más alto grado, no podia dejar de excitar el odio y la envidia de algu- nas mujeres, sobre todo de aquellas que se llaman limoratas y que no tienen generalmente de la virtud más que una máscara que no saben siquiera hacer agradable. Se comprende todo lo que los celos y el talento de hacer daño, tan propio de su especie, podían hacerles imaginar contra una muchacha cuyo verdadero mérito quitaba á sus encantos parte de su poder. Las quejas más amargas, los gritos más mul-
(1) Después duque de La Rochefoucauld, nació el 15 de Diciembre de 1613 y murió el 17 de Marzo de 1680.
(2) M* de La Fayette le transformó por completo. Ella decia que el duque de la Rochefoucauld le había dado talento pero en cambio, ella babía reformado su corazón.