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CARTA PRIMERA

Yo, marqués, ¿encargarme de vuestra educación, guiaros en la carrera en que váis á entrar? Es dema- siado exigir de mi amistad por vos. Ya sabéis que cuando una mujer que no está en la primera juventud parece tomar cierto interés por un joven, se dice que quiere lanzarlo al mundo; y no ignoráis la malignidad con que la gente se sirve de esta expresión: No quiero yo exponerme á que se me aplique. Todo lo que puedo en vuestro servicio es ser vuestra confidente. Me darcis parte de todas las situaciones en que os encon- tréis; yo os diré mi pensamiento en todo caso y tra- taré de ayudaros á conocer á vuestro propio corazón y el de las mujeres.

Sin embargo, y por mucho placer que vea en este comercio, no me disimulo las dificultades de mi em- presa. El corazón, que será el objeto de mis cartas, tiene tantos contrastes, que cualquiera que de él habla, parece necesariamente caer en muchas contra- dicciones. Greemos tenerlo y no abrazamos más que una sombra. Es un verdadero camaleón; visto desde puntos distintos, presenta colores opuestos y que no por eso dejan de existir juntos en el mismo sujelo.