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puso y encaló para tal efecto. Trabajaba en ella durante el día, casi siempre acompañada por alguna de las jóvenes ó por la criada de la familia que le diera hospitalidad; y cerraba por la noche é iba á dormir en la misma casa de la expresada familia.

Cierta tarde en que se disponía á efectuar tal operacion, llamaron á la puerta.

Era el extranjero.

Rufina le hizo pasar con marcadas muestras de simpatía.

Sentáronse en el pequeño gabinete cerca el uno del otro, y parecía el extranjero muy pensativo.

Miraba con mucha atención á la joven, y sólo interrumpía el silencio con frases insignificantes.

Mostrábase Rufina en extremo interesante y bella con el luto de su vestido. la palidez de su semblante, y la indefinible expresion y brillo de sus ojos.

Parecía que el extranjero quería decirle algo, pero que se contenía.

Pudieron al fin escucharse estas palabras, entre ciertos intervalos é interrupciones de agitación:

—Señorita..... es usted muy bella, y no sé lo que en mi alma pasa desde el momento que tuve el gusto de verla por primera vez. Perdóneme usted si soy indiscreto, manifestando unos sentimientos que debieran quedar ocultos en mi corazón. El amor es misterioso impulso de las criaturas, á que no podemos resistir; y toda energía desaparece ante su avasalladora influencia. Hubiera sido mejor continuara alejado de usted, sin procurar verla más, como lo había pensado. Pero usted es huérfana y hermosa, yo joven y soltero, y ya que también vivo de mi trabajo, porque estoy muy lejos de ser rico, creo sería conveniente.... nos pusiéramos de acuerdo.....

—Señor.... tengo para con usted una gran deuda de