en horas bastante retrasadas subvenir á las más ineludibles necesidades del día de hoy: pero, ¿y mañana?
Cuando una situación se manifiesta así, la vida es amargo peso.
Rufina, que parece predestinada á toda clase de dolores y sufrimientos, llega á figurarse que su vida no ha de ser más que un tejido de contrariedades, estrecheces y sinsabores.
La misma amargura en que ha sido educada, y los severos principios de honradez y virtud que en su corazón arraigara su inolvidable madre, la hacen afrontar tan difíciles situaciones con la mayor energía y resignación.
Lejos de producir la más mínima queja, ó de hacer traslucir cualquiera sombra de disgusto, ella se muestra siempre satisfecha y hasta sonriente, y trata de aliviar las penalidades con el trabajo de sus débiles manos.
Se levanta al alba, y trabaja en la costura incansablemente, casi basta media noche.
El trabajo de la débil mujer remedia frecuentemente las más perentorias faltas.
Aquella conformidad con la aciaga suerte, y su belleza natural siempre en aumento, han servido con toda eficacia para convertirla en verdadero ángel del hogar.
¡Pobre Rufina!
Ella cree que hay bastante en esta prosaica vida, con amar y verse amada.
Y en efecto, sus días corren, fuera de esos naturales reveses de la fortuna, en la mayor paz y familiar armonía. ¿Qué importa algunas veces una pobre taza
de té y un humilde panecillo, si el cariño suple y completa lo demás?