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sible; y cegado por los encantos de la jovén, por sus grandes y expresivos ojos, por lo incitante de sus formas, y por la soledad tan favorable que les rodeaba, había llevado sus pretensiones hasta la violencia.

Rufina estaba cosiendo cerca de la ventana del gabinete.

Él la había contemplado durante unos instantes, con la mayor exaltación, á través de una rendija de la puerta.

Le pareció entonces Rufina más bella que nunca.

Pasaba la luz de fuera por las cortinas de la ventana, produciendo en el agraciado semblante de la joven ciertos .eflejos de paraíso.

¡Qué cabeza aquella más adorable, qué cintura, que formas más provocativas!

Agena á tal acecho, sus movimientos obedecían á la más completa espontaneidad.

Algunas veces suspendía el trabajo, Y se quedaba héchiceramente pensativa.

¿Qué ideas vagarían en tales momentos por su imaginación?

Reanudaba su tarea, y la volvía á interumpir seguidamente.

Una vez aplicó un dedo á su boca, como si tratara de imponer silencio á su lenguaje interior.

Vestía un peinador de deslumbrante blancura, de presillas y botones de nácar en la delantera; y sus gruesas y delicadas trenzas, negras como ondulantes sombras materializadas, se hallaban sujetas por un gran alfiler que terminaba en dorada cruz.

Cierta penumbra encantadora producía un severo tinte en sus facciones, por la parte opuesta á la ventana.

En uno de esos instantes se había picado con la aguja,

y sus frescos labios trataban de borrar en el dedo la diminuta, gota de sangre.