Además, el que no hubiera dormido Rufina en la noche anterior, cosa fácil de suponer, y el estropeo natural del viaje, habían producídole cierta palidez y ojeras,que él tradujo por señales evidentes de sus vicios y relajación.
La niña durmióse seguidamente en su sofá.
Alumbraba la estancia una vela de cera; sus destellos eran bastante tristes, y ciertas penumbras melancólicas se extendían desde los rincones y contornos de los muebles, bien antiguos y severos de suyo.
Principió entre ellos una conversación muy forzada y fría.
Le echó ella en cara su falta de cariño.
Comprendíase á las claras, que estaba su corazón dominado por el amor de otra.
Siguiéronse aclarando los reproches, hasta que ella muy hostigada por los celos y dominada por la consiguiente agitacíón, le dijo abiertamente:
—Lo sé todo. Tenéis una querida, y habéis concebido el infame proyecto de abandonarme, para marcharos á otro país con esa mujer. De ahí vuestra prisa á pedirme los 24,000 pesos, que yo os he remitido con la mejor buena fe del mundo. Esto es una infamia.
El cura consideró esta salida como una refinada é hipócrita estratagema, para alejar toda sospecha de sus faltas, y prevenirse contra cualquier acusación por parte de él.
Y con cierta voz metálica y vibrante, que salía á través de unos labios secos y contraídos; replicó:
—Eres el colmo del cinismo. Hace mucho tiempo estaba plenamente convencido de tu falsedad e hipocresía; pero no había previsto el caso de que llegara tu descaro hasta tal extremo. ¡Tú eres la culpable, no yo!
Rufina pronunció con el mayor asombro y ansiedad estas palabras entrecortadas: