Monipodio, querría saber, hijos, lo que sabéis, para daros el oficio y ejercicio conforme a vuestra inclinación y habilidad.
—Yo—respondió Rinconete—sé un poquito de floreo de Vilhán: entiéndeseme el retén; tengo buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, verrugueta y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que dos reales prestados.
—Principios son—dijo Monipodio—; pero todas ésas son flores de cantueso viejas, y tan usadas, que no hay principiante que no las sepa, y sólo sirven para alguno que sea tan blanco, que se deje matar de media noche abajo; pero andará el tiempo, y vernos hemos; que asentando sobre ese fundamento media docena de liciones, yo espero en Dios que habéis de salir oficial famoso, y aun quizá maestro.
—Todo será para servir a vuesa merced y a los señores cofrades—respondió Rinconete.
—Y vos, Cortadillo, ¿qué sabéis? — preguntó Monipodio.
—Yo—respondió Cortadillo—sé la treta que dicen mete dos y saca cinco, y sé dar tiento a una faldriquera con mucha puntualidad y destreza.
—¿Sabéis más?—dijo Monipodio.
—No, por mis grandes pecados—respondió Cortadillo.