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Pues ¿cómo dijo Monipodio no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar que esta mañana en aquel paraje dió al traste con quince escudos de oro y dos reales de a dos y no sé cuántos cuartos?

—Verdad es dijo la gufa—que hoy faltó esa bolsa; pero yo no la he tomado, ni puedo imaginar quién la tomase.

¡No hay levas conmigo!—replicó Monipodio. La bolsa ha de parecer, porque la pide el alguacil, que es amigo y nos hace mil placeres al año!

Tornó a jurar el mozo que no sabía della. Comenzóse a encolerizar Monipodio, de manera, que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos, diciendo:

—Nadie se burle con quebrantar la más mínima cosa de nuestra orden; que le costará la vida! Manifiéstese la cica; y si se encubre por no pagar los derechos, yo le daré enteramente lo que le toca, y pondré lo demás de mi casa, porque en todas maneras ha de ir contento el alguacil.

Torno de nuevo a jurar el mozo, y a maldecirse, diciendo que él no había tomado tal bolsa, ni vístola de sus ojos; todo lo cual fué poner más fuego a la cólera de Monipodio, y dar ocasión a que toda la junta se alborotase, viendo que se ompían sus estatutos y buenas ordenanzas.

Viendo Rinconete, pues, tanta disensión y alboroto, parecióle que sería bien sosegalle y dar