la Escalanta, y, con voz sutil y quebradiza, canto lo siguiente:
Por un sevillano rufo a lo valón, tengo socarrado todo el corazón, Siguió la Gananciosa, cantando:
Por un marenico de color verde, ¿cuál es la fogosa que no se plerde?
Y luego Monipodio, dándose gran priesa al meneo de sus tejoletas, dijo:
Rifien dos amantes; hácese la paz; si el enojo es grande, es el gusto más.
No quiso la Cariharta pasar su gusto en silencio, porque tomando otro chapín, se metió en danza, y acompañó a las demás, díciendo:
Detente, enojado, no me azotes más; que si bien lo miras, a tus cares das.
—Cántese a lo llano—dijo a esta sazón Repolido, y no se toquen hestorias pasadas, que no hay para qué: lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda, y basta.
Talle llevaban de no acabar tan presto el comenzado cántico, si no sintieran que llamaban a la puerta apriesa, y con ella salió Monipodio a ver quién era, y la centinela le dijo como al cabo de la calle había asomado el alcalde de la Justicia, y que delante dél venían el Tordillo y el Cernícalo, corchetes neutrales. Oyéronlo los de dentro, y alborotáronse todos de manera, que la Cariharta y la Escalanta se calzaron sus chaNOV. IMP.—T, II