puntas, y porque durasen más, se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dos quemados del sol, las uñas caireladas, y las manos no muy limpias; el uno tenía una media espada, y el otro, un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros.
▪ Saliéronse los dos a sestear en un portal o cobertizo que delante de la venta se hace, y sentándose frontero el uno del otro, el que parecía de más edad dijo al más pequeño:
—¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina?
—Mi tierra, señor caballero—respondió el preguntado, no la sé, ni para dónde camino tampoco.
—Pues en verdad—dijo el mayor que no parece vuesa merced del cielo, y que éste no es lugar para hacer su asiento en él; que por fuerza se ha de pasar adelante.
—Así es respondió el mediano—; pero yo he dicho verdad en lo que he dicho; porque mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre que no me tiene por hijo y una madrastra que me trata como alnado; el camino que llevo es a la ventura, y allí le daría fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miscrable vida.
—Ysabe vuesa merced algún oficio?—preguntó el grande.
Y el menor respondió:
—No sé otro sino que corro como una, liebre,