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ría ni defraudaría las esperanzas de Ricaredo por todo el interés del mundo. Esta respuesta dió la camarera a su hijo, el cual sin detenerse un punto, ardiendo en amor y en celos, se armó de todas armas, y sobre un fuerte y hermoso caballo se presentó ante la casa de Clotaldo, y a grandes voces pidió que se asomase Ricaredo a la ventana, el cual a aquella sazón estaba vestido de galas de desposado, y a punto para ir a palacio con e acompañamiento que tal acto requería; mas habiendo oído las voces, y siéndole dicho quién las daba, y del modo que venía, con algún sobresalto se asomó a una ventana, y como le vió Arnesto, dijo:

— Ricaredo, estáme atento a lo que decirte quiero: la reina mi señora te mandó fueses a servirla, y a hacer hazañas que te hiciesen merecedor de la sin par Isabela; tú fuiste, y volviste cargadas las naves de oro, con el cual piensas haber comprado y merecido a Isabela; y aunque la reina mi señora te la ha prometido, ha sido creyendo que no hay ninguno en su corte que mejor que tú la sirva, ni quien con mejor título merezca a Isabela, y en esto bien podrá ser se haya engañado; y así llegándome a esta opinión que yo tengo por verdad averiguada, digo que ni tú has hecho cosas tales que te hagan merecer a Isabela, ni ninguna podrás hacer que a tanto bien te levante; y en razón de que no la mereces, si quisieres contradecirme, te desafío a todo trance de muerte.

NOV, HJEMP.—T. II