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partes hacfan una maravillosa y concertada armonía, esparciendo naturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural y perfecta, que jamás pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha. Qué, ¿ es posible, Mahamut, que ya no me has dicho quién es y cómo se llama? Sin duda creo, o que no me oyes, o que cuando en Trápana estabas carecías de sentido.

—En verdad, Ricardo—respondió Mahamut—, que si la que has pintado con tantos extremos de hermosura no es Leonisa, la hija de Rodolfo Florencio, no sé quién sea, que ésta sola tenía la fama que dices.

Esa es, oh, Mahamut—respondió Ricardo, esa es, amigo, la causa principal de todo mi bien y de toda mi desventura: esa es, que no la perdida libertad, por quien mis ojos han derramado, derraman y derramarán lágrimas sin cuento, y la por quien mis suspiros encienden el aire cerca y lejos, y la por quien mis razones cansan al cielo que las escucha, y a los oídos que las oyen:

esa es por quien tú me has juzgado por loco, o, por lo menos, por de poco valor y menos ánimo:

esta Leonisa, para mí leona, y mansa cordera para otro, es la que me tiene en este miserable estado; porque has de saber que desde mis tiernos años, o a lo menos desde que tuve uso de razón, no sólo la amé, mas la adoré y servi con tanta solicitud como si no tuviera en la tierra ni en el cielo otra deidad a quien sirviese ni adorase: sabían sus deudos y sus padres mis deseos,