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la flor de nuestra juventud y a los primeros delitos; que el mosqueo de las espaldas, ní el apalear el agua en las galeras, no lo estimamos on un cacao. Hijo Andrés, reposad ahora en el nido debajo de nuestras alas; que a su tiempo os sacaremos a volar, y en parte donde no volváis ain presa, y lo dicho dicho: que os habéis de lamer los dedos tras cada hurto.

—Pues para recompensar—dijo Andrés—lo que yo podía hurtar en este tiempo que se me da de venia, quiero repartir docientos escudos de oro entre todos los del rancho.

Apenas hubo dicho esto, cuando arremetieron a él muchos gitanos, y levantándole en los brazos y sobre los hombros, le cantaban el "Victor, victor, y el grande Andrés!", añadiendo: "¡Y viva, viva Preciosa, amada prenda suya!" Las gitanas hicieron lo mismo con Preciosa, no sin envidia de Cristina y de otras gitanillas que se ballaron presentes; que la envidia también se aloja en los aduares de los bárbaros y en las chozas de pastores como en palacios de principes, y esto de ver medrar al vecino que me parece que no tiene más méritos que yo, fatiga.

Hecho esto, comieron lautamente; repartióse el dinero prometido con equidad y justicia; renováronse las alabanzas de Andrés; subieron al cielo la hermosura de Preciosa. Llegó la noche, acocotaron la mula, y enterráronla de modo, que quedó seguro Andrés de ser por ella descubierto; y también enterraron con ella sus alhajas, como