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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

comprender — como los hombres que a veces se hallan en el borde de un recuerdo, sin poder recordar, sin embargo. Mi amigo prosiguió:

— Vd. verá, dijo, que he conducido la cuestión, del modo de salida al modo de entrada. Era mi intención demostrar que ambas fueron efectuadas de la misma manera y por el mismo punto. Volvamos ahora al interior del cuarto. Examinemos atentamente sus circunstancias. Los cajones de la cómoda, se ha dicho, han sido saqueados, aunque muchos objetos de toilette permanecían todavía en ellos. La conclusión sacada de esto, es absurda. Es una simple conjetura— tonta, necia — y nada más. ¿Cómo podemos saber que los objetos encontrados en los cajones, no eran todos los contenidos en ellos?

La señora L'Espanaye y su hija hacian una vida excesivamente retirada — no veían á nadie — salían raras veces — no tenían para que cambiar de adornos á cada rato. Los que han sido hallados, eran, además, de tan buena calidad como los que podían poseer esas señoras. Si un ladrón hubiera llevado algunos ¿por qué no llevar los mejores, por qué no llevar todos? En una palabra, ¿por que abandonar cuatro mil francos en oro, para embarazarse con un atado de ropa? El oro fué abandonado. Casi toda la suma mencionada por el Sr. Mignaud, el banquero, fué recogida, en sacos sobre el pavimento. Deseo, por consiguiente, apartar de la inteligencia de Vd. la desatinada idea de motivo, enjendrada en los hombres de la Policía por las declaraciones que hablan de dinero entregado en la puerta de la casa. Coincidencias diez veces tan notables como ésta (la entrega de dinero, y asesinato cometido dentro