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LA CARTA ROBADA

repentinamente interrumpido por la entrada de otro elevado personaje, á quien deseaba especialmente ocultarla. Después de una apresurada y vana ten; tativa de esconderla en una gaveta, fué forzado á colocarla, abierta como estaba, sobre una mesa. La dirección, sin embargo, era lo que quedaba á la vista; y el contenido, así cubierto, hizo que la atención no se fijara en la carta. En este momento entra el Ministro D***. Sus ojos de lince perciben inmediatamente el papel, reconocen la letra de la direc­ción, observa la confusión del personaje á quien ha sido dirigida, y penetra su secreto. Después de algunas gestiones sobre negocios, de prisa, como es su cos­tumbre, saca una carta algo parecida á la otra, la abre, pretende leerla, y despues la coloca en estrecha yuxta­posición con la que codiciaba. Pónese á conversar de nuevo, durante un cuarto de hora casi, sobre asuntos públicos. Al último, levantándose para marcharse, · tomó de la mesa la carta que no le pertenecía. Su legi­timo dueño lo vió; pero, como se comprende, no se atrevió á llamar la atención sobre el acto en presencia del tercer personaje que estaba á su lado. El Ministro se marchó dejando la carta suya, que no era de impor­tancia, sobre la mesa.

— Aquí está, pues, me dijo Dupin, lo que Vd. pedía para hacer el ascendiente completo, el conocimiento del ladrón, de que es conocido del dueño del papel.

— Si, replicó el Prefecto; y el poder así alcanzado en los últimos meses, ha sido empleado, con objetos políticos, hasta un punto muy peligroso. El personaje robado, se convence cada día más de la necesidad de reclamar su carta. Pero esto, como se comprende, no