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Página:Novelas y Cuentos de Edgar Allan Poe (1884).djvu/232

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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

— Y bien, Sr. G***, ¿qué hay sobre la carta robada?

— Presumo que se habrá Vd. convencido, al fin, de que no hay cosa más difícil que sorprender al Ministro.

— ¡Que el diablo lo cargue! esa es la verdad; hice el nuevo examen, sin embargo, como Dupin me lo aconsejó, pero ha sido tiempo perdido, como yo decía.

— ¿Cuánto es el premio ofrecido, dijo Vd.? pre­guntó Dupin.

— ¿Cuánto? una grande cantidad, un premio ver­daderamente liberal; no quiero decir cuánto precisa­mente, pero diré una cosa: y es que no me seria nada dar mi choque con mí firma por cincuenta mil francos, á cualquiera que me entregara la carta.

El hecho, es que de día en dia se está haciendo más y más importante, y el premio ha sido últimamente doblado. Pero aunque fuera triplicado, no podría hacer más de lo que he hecho.

— Veamos, dijo Dupin lentamente, entre una y otra bocanada de humo; realmente pienso, G***, que Vd. no ha hecho todo lo que podía en este asunto. Vd. podía hacer un poco más, creo, ¿eh?

— ¿Cómo?·¿De qué manera?

— ¡Psh! creo, puff, puff, que Vd. podría, puff, puff; tomar consejo sobre este asunto; puff, puff, puff. ¿se acuerda Vd. de lo que se cuenta de Abernethy?

— ¡No! ¡al diablo con su Abernethy!

— ¡Está bueno! al diablo con él, y buena suerte. Pero he aquí el hecho. Una vez, cierto ricacho muy avaro concibió el designio de obtener gratis de ese Abernethy una opinión médica. Habiendo procurado con ese objeto estar solo con él en conversación ordi-