un momento antes por medio de un recado al oido, le prestó á su vez el mismo favor.
— Pero en ese caso, gritó una señora vieja con voz estrepitosa, vuestro Boulard era un loco y además un loco estúpido. Porque, permitame Vd. que le pregunte, ¿quién ha oído hablar jamás de una peonza ó perinola humana? La cosa es absurda. La señora Joyeuse era una persona más sensata, como Vd. sabe. Tenía también su manía, pero una mania inspirada por el sentido común y que agradaba á cuantos tenian el honor de conocerla. Había descubierto, después de maduras reflexiones, que por un accidente había sido convertida en pollo; pero bajo este concepto se conducia normalmente. Movía las alas, asi, así, con un esfuerzo prodigioso; y en cuanto á su canto ¡era delicioso! Co... o..., o... o... queri... co... o... o... o...! ¡Co... o... 0...... queri... co... o... o... o... o....!
— ¡Señora Joyeuse, suplico á Vd. que se contenga! interrumpió nuestro huésped con ira.—Si no quiere Vd. conducirse como debe hacerlo una señora decente, puede Vd. dejar la mesa inmediatamente. Lo dejo á su elección.
La señora (á quien me admiró mucho oir llamar seňora Joyeuse, después de la descripción que de sí misma acababa de hacer) se puso colorada hasta las cejas y pareció profundamente humillada por la reprensión. Bajó la cabeza y no respondió una síłaba. Pero otra señora, más joven reanudó la conversación. Erá mi bella joven del locutorio.
— ¡Oh! — exclamó — ¡la señora Joyeuse era una loca! pero la mania de Eugenia Salsafette era mucho más sensata. Era una joven muy bella con aire contrito