gran trabajo saltar sobre la mesa, saltó esta vez en medio de las botellas y vasos. Inmediatamente que estuvo cómodamente instalado, empezó un discurso, que, sin duda alguna, hubiera parecido de primer orden, si hubiéramos podido oir una palabra siquiera.
En el mismo instante el hombre que consagraba sus predilecciones á la perinola se puso á hacer piruetas alrededor con una inmensa energía y con los brazos extendidos de modo que parecia una verdadera perinola, echando al suelo y atropellando cuantos encontraba á su paso. Después, oyendo unas pedorretas increíbles y silbidos inauditos de botellas de Champagne, descubri que provenían del individuo que durante la comida habia desempeñado tan bien el papel de botella. Al mismo tiempo el hombre rana cantaba con todas sus fuerzas como si la salud de su alma dependiese de cada nota que profiriese. En medio de todo esto se elevaba dominando todos los ruidos el rebuzno no interrumpido de un asno. En cuanto á mi vieja amiga, la señora Joyeuse, parecía presa de una tan horrible perplejidad que casi me daba lástima. Se mantenía de pie en un rincón cerca de la chimenea y se contentaba con cantar su coquericoooó...
Por último llegó la crisis suprema. Como los gritos y los aullidos y los coquericós eran la única forma de resistencia y los únicos obstácnlos opuestos á los sitiadores, no tardaron en venir al suelo. Pero no olvidaré jamás mis sensaciones de asombro y de horror cuando vi saltar por las ventanas y caer sobre nosotros, pegando con manos, pies y uñas un verdadero ejército de monstruos, que en un principio tomé por orangutanes