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EL POZO Y EL PÉNDULO

primera, cuando sentí brillar en mi espíritu algo que no sabría definir mejor sino diciendo que era la mitad no formada de esta idea de libertad de que he hablado ya, y cuya otra parte sólo había flotado vagamente en mi cerebro, cuando llevaba el alimento á mis ardientes labios. La idea entera estaba ahora presente — débil — apenas visible, apenas definida — pero en fin completa. Me puse inmediatamente, con la energía de la desesperación, á tentar su ejecución.

Desde hacía muchas horas, la vecindad inmediata del bastidor sobre el cual estaba acostado, hormigueaba literalmente de ratas. Eran atrevidas, tumultuosas, voraces — sus ojos ojos estaban clavados sobre mí, como si no esperaran más que mi inmovilidad para hacer de mí su presa.

¿Á qué alimento — pensé yo — han estado acostumbradas en este pozo?

Excepto un pequeño resto, habían devorado, á despecho de todos mis esfuerzos para impedirlo, el contenido del plato. Mi mano; había contraído un hábito de va y viene, de balanceamiento hacia el plato; y á lo largo, la uniformidad maquinal le había quitado toda su eficacia. En su voracidad, aquel asqueroso ejército clavaba á menudo sus dientes agudos en mi dedos. Con las migajas de la vianda aceitosa y especiada que quedaba todavía, froté fuertemente la venda por todas las partes que pude alcanzar; después, retirando mi mano del suelo, quedé inmóvil y sin respirar.

Inmediatamente los voraces animales fueron asustados y aterrados del cambio — de la cesación de movimiento. Se alarmaron y volvieron la espalda; muchos ganaron de nuevo en el pozo; pero no duró más