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HOP-FROG

sino que le había sido dado por el asentimiento uná­nime de los siete ministros, en razón de su impoten­cia para andar como los demás hombres. El hecho es que Hop-Frog no podía moverse sino con una especie de marcha interjecional — algo así como entre salto y torcedura — una especie de movimiento que era para el rey una recreación perpetua y naturalmente un goce; porque, no obstante la prominencia de su panza y una hendidura constitucional en la cabeza, el rey pasaba á los ojos de toda la corte por un buen mozo.

Pero por más que Hop-Frog, gracias á la torsión de sus piernas no pudiera moverse sino con gran dificul­tad, la prodigiosa fuerza muscular de que la naturaleza había dotado su brazo, como para compensar la imperfección de sus miembros inferiores, le hacía apto para realizar hazañas de admirable destreza, cuando se trataba de árboles, cuerdas ó algo por donde se pudiese trepar. — En estos ejercicios más parecía ardilla ó mono que rana.

Difícil me sería decir de qué país era Hop-Frog. Sin duda procedía de alguna región bárbara, de la que na­die había oído hablar — situada á gran distancia de la corte de nuestro rey. Hop-Frog, y una joven algo menos enana que él — pero admirablemente formada y exce­lente bailarina, — habían sido arrestados á sus hogares respectivos, en provincias limítrofes y enviados al rey en presente ó regalo por uno de sus generales favoritos de la victoria.

En semejantes circunstancias no había nada de extraño que se hubiese establecido una estrecha inti­midad entre los dos pequeños cautivos. En realidad lle­garon á ser amigos jurados. Hop-Frog, que á pesar de