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masa, porque como la cadena les sujetaba, algunos cayeron y todos tropezaron al entrar.

La sensación entre las máscaras fué prodigiosa y llenó de alegría el corazón del rey. Como se esperaba, hubo gran número de convidados que creyeron que estos seres de aspecto feroz eran verdaderas bestias, sino precisamente orangutanes. Muchas mujeres se desmayaron de miedo; y si el rey no hubiese tenido la precaución de prohibir toda clase de armas, él y su banda lo hubieran pasado muy mal. En fin se produjo un gran pánico, y todos se dirigieron hacia las puertas; pero el rey había dispuesto que se cerrasen inmedia­tamente después de su entrada, y conforme al consejo del enano las llaves fueron entregadas en sus manos.

Mientras el tumulto estaba en su apogeo y cada mascara sólo pnsaba en su propia salvación — porque realmente á causa del pánico y el tumulto, había un peligro verdadero — se hubiera podido ver bajar la cadena que ordinariamente servia para sostener la lámpara, hasta que su extremo terminado en gancho llegó á unos tres pies del suelo.

Pocos momentos después el rey y sus siete amigos habiendo rodado á través de la sala, se hallaron al fin en el centro en contacto inmediato con la cadena. Mien­tras se hallaban en esta posición, el enano que había seguido siempre sus pasos, incitándoles, agarró la cadena por el puato de intersección. Entonces con la rapidez del pensamiento sujetó el gancho, y un ins­tante después movida por un agente invisible subió bastante alto para poner el gancho fuera del alcance de las manos y consecuentemente levantó los orangu­tanes todos juntos unos de cara á los otros.