de un ancho pilar de piedra, cuya cima está terminada por un cono ó pirámide que representa el fuego ó pyr.
— ¡Mire Vd.! ¡mire Vd.! — ¿Quiénes pueden ser esos ridículos seres, medio desnudos, con la cara pintada, que se dirigen á la canalla con grandes gestos y vociferaciones?
— Algunos, en corto número, son saltimbanquis; otros pertenecen mas especialmente á la raza de los filósofos. La mayor parte, sin embargo, especialmente los que apalean al populacho, son los principales cortesanos del palacio que ejecutan, como es su deber, alguna farsa inventada por el rey.
— ¡Calle! ¡otra cosa nueva! ¡Cielo! ¡la ciudad hormiguea de bestias feroces! ¡Qué terrible espectáculo! ¡qué peligrosa rareza!
— Terrible, si Vd. quiere, pero muy poco peligrosa. Cada animal, si Vd. se toma el trabajo de observar, camina tranquilamente detrás de su dueño. Algunos, sin duda, son llevados con una cuerda al cuello, pero son principalmente las especies más pequeñas y tímidas. El león, el tigre y el leopardo andan enteramente libres. Han sido reducidos á su presente condición sin ningún trabajo y siguen á sus propietarios respectivos como ayudas de cámara. Verdad es que hay casos en que la naturaleza reivindica su imperio usurpado; pero un heraldo de armas devorado, un toro sagrado estrangulado, son circunstancias muy vulgares para producir sensación en los Epidáfneos.
— Pero ¿qué extraordinario tumulto oigo? ¡De seguro he aquí un gran ruido aun para el mismo Antioco! Esto indica algtún inusitado incidente.
— Si, indudablemente. El rey ha ordenado algún