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EDGAR POE, — NOVELAS Y CUENTOS

« Y en verdad, los que contemplaban el retrato hablaban en voz baja de su parecido, como de una sorprendente maravilla y como de una prueba no menos grande de la potencia del pintor que de su profundo amor hacia la que estaba retratando tan milagrosamente bien.

« Pero á la larga, como la tarea tocaba á su térmi­no, nadie fué admitido á visitar la torre; porque el pintor se había vuelto loco á causa del ardor de su trabajo, y rara vez apartaba sus ojos del lienzo, ni aun para mirar al rostro de su mujer.

« No quería ver que los colores que extendía sobre el lienzo eran sacados de las mejillas de la que estaba sen­tada junto á él.

« Y cuando hubieron pasado muchas semanas y no quedaba casi nada que hacer, á no ser un ligero toque en la boca y un glacis en un ojo, el espíritu de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que va á apagarse.

« Y entoncas se dió el toque en la boca y se arregló el glacis; y durante un momento el pintor quedó en éxtasis delante del trabajo que había realizado; pero un minuto después, como la contemplase aún, tembló, se puso pálido y se llenó de terror, gritando con voz fuerte y vibrante:

« — ¡En verdad es la Vida misma!

« Volvióse bruscamente para mirar á su muy amada, y... ¡estaba muerta! »