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EDGAR POE

sacrificó deplorablemente á su inclinación, y que en New-York, en la mañana misma en que aparecía El Cuervo, mientras que el nombre del poeta estaba en todas las bocas, atravesaba á Broadway bamboleándose vergonzosamente. Notad que las palabras precedido ó seguido, implican que la embriaguez podía servir de excitante así como de reposo.

Ahora bien, es incontestable que — semejante á esas impresiones fugitivas é hirientes, tanto más hirientes en sus retornos cuanto más fugitivas son, que siguen algunas veces á un síntoma exterior, á una especie de advertencia, como un sonido de campana, una nota musical ó un perfume olvidado y que son ellas mismas seguidas de un suceso parecido á otro ya conocido y que ocupaba el mismo lugar en una cadena anteriormente revelada, semejantes á esas singulares alucinaciones que frecuentan nuestros sueños — existen en la embriaguez, no sólo encadenamientos de sueños, sino series de razonamientos, que tienen necesidad para reproducirse, del medio que les ha dado vida. Si el lector me ha seguido sin repugnancia, ha adivinado ya mi conclusión; creo que en muchos casos, no ciertamente en todos, la embriaguez de Poe era un medio nenmónico, un método de trabajo, método enérgico y mortal, apropiado á su naturaleza apasionada. El poeta había aprendido á beber como un literato cuidadoso se ejercita en hacer cuadernos de notas. No podía resistir al deseo de volver á encontrar las visiones maravillosas ó aterrantes, las concepciones sutiles que había asido en una tempestad precedente; eran viejos conocidos que le atraían de una manera imperiosa, y para reanudar amistad con ellos, tomaba el camino más pe-