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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

portancia imaginada. Pocas deducciones ó ninguna eran hechas; y esas pocas volvían pertinazmente hacia el punto de partida, como á un centro. Las medita­ciones no eran agradables jamás; y á la terminación de la causa primera, lejos de haber sido perdida de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerndo, que era la fisonomía predominanto de la enfermedad. En una palabra, la potencia intelectual más ejercitada en mi, como he dicho antes, era la de la aten­ción, mientras que en el soñador, es la especulativa.

Mis libros en esa época, si no servían para irritar el desorden, participaban, como se verá, por su naturaleza imaginativa é ilógica, de las cualidades características del desorden mismo.

Recuerdo muy bien, entre otros, el tratado del noble italiano Cœlius Secundus Curio, De Amplitudine Beati Regni Dei, la gran obra de San Agustín, La Ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, en la que se encierra la sentencia paradójica: Mortuus est Dei filius; credibile est quia ineptum est; et sepultus resurrexit; certum est quia impossibile est, que ocupó todo mi tiempo durante muchas semanas de laboriosas é inútiles investigaciones.

De esta manera, parecerá que, agitada en su ba­lanza sólo por cosas triviales, mí razón tenía similitud con ese peñasco de que habla Ptolomeo Hephestion, fue resistía á los ataques de la violencia humana y á la ciega furia de las aguas y de los vientos, pero tem­blaba al tacto de la flor llamada Asphodel. Y aunque, para un pensador negligente, pueda parecer un asunto fuera de duda, que la alteración pro­ducida en la condición moral de Berenice por su des-