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IX.
Pocos pasos habíamos dado desde que salimos del café.
Laura se había repuesto de su sobre exitación, y caminaba erguida, sin dirijirme una palabra... Comprendía que ya no le era posible convencerme, y no lo pretendió.
De pronto el joven del dominó blanco, que salía de la Opera, reconoció á Laura y se colocó delante de nosotros.
— ¡Detengase Vd! me gritó con enojo.
— ¿Con qué objeto? pregunté.
— Con el de que me entregue esa mujer, si no quiere... y no terminó su amenaza con la voz sino con el ademán.
— Esta no es mujer, dije, impasible.