chos agudos, el torreon suspendido á los ángulos de las paredes, la pirámide de piedra del siglo XI, el obelisco de pizarra del quinceno, la torre redonda y pelada del castillo, la torre cuadrada y bordada do la iglesia, lo grande, lo pequeño, lo macizo, lo aéreo. Perdiase la vista por mucho tiempo en todas las profundidades de aquel laberinto, donde todo era hijo del arte, desde la mas pequeña construccion pintada y esculpida, con su maderámen exterior, su puerta rebajada, sus pisos desnivelados, hasta el régio Louvre que tenia entónces una columnata de torres. Pero hé aqui las principales masas que se distinguian cuando empezaba la vista á familiarizarse con aquella muchedumbre de edificios.
Primeramente la Ciudad: la isla de la Ciudad, como dice Sauval, que, en medio de su hojarasca, tienen alguno que otro rasgo de buen estilo, la isla de la Ciudad se parece á un gran navio hundido en el cieno y encallado á flor de agua hacia la mitad del Sena. Acabamos de explicar que en el siglo XV, cinco puentes amarraban este buque á las dos orillas del rio. Esta forma de navio llamó tambien la atencion de los escritores heráldicos, porque de aquí procede sin duda y no del sitio de los normandos, como sostiene Favyn y Pasquier, el navio que blasona el antiguo escudo de Paris: para el que sabe descifrarle, el blason es una álgebra, el blason es un idioma. Toda la historia de la segunda mitad do la edad media está escrita en el blason, como la historia de su primera mitad en el simbolismo de las iglesias bizantinas. Los geroglíficos del feudalismo despues de los de la teocrácia.
Ofrecíase pues la Ciudad á la vista con su popa al levante y su proa al poniente. El que dirigia los ojos hácia la proa, veia delante de sí un rebaño innumerable de viegísimos techos, sobre los cuales anchamente se redondeaba el travesero emplomado de la capilla Santa, semejante á la grupa de un elefante cargado con su torre: solo que por este lado, aquella torre era la aguja mas gallarda, la mas trabajada, la mas menuda, la mas trasparente que dejó jamás entrever el cielo al trasluz de su cono de encage. Delante de Nra. Sra. desembocaban tres calles en el átrio, formando una hermosa plaza de casas antiguas: al sur de esta plaza se inclinaban la fachada rugosa y acartonada del Hospital y su techo, que parece cubierto de pústulas y de verrugas. A la derecha, á la izquierda, al oriente, al occidente, en aquel recinto, tan estrecho por cierto, de la Ciudad, alzábanse los campanarios de sus veintiuna iglesias de todas fechas, de todas formas, de todos tamaños, desde la baja y carcomida cúpula sajona de S. Dionisio-del-Paso (carcer Glaucini) hasta las finas agujas de S.-Pedro-aux-Bœufs y de S. Landry. Detras de Nra. Sra. se extendian, al norte, el claustro con sus galerias góticas; al sur, el palacio semibizantino del obispo; al levante, la punta desierta del Terreno. En aquel hacinamiento de casas distinguia ademas la vista, al ver sus altas mitras de piedra calada que coronaban á la sazon sobre el mismo techo las ventanas mas altas de los palacios, la casa dada por la Ciudad en tiempo de Carlos VI á Juvenal des Ursins; un poco mas allá, las barracas embreadas del mercado Palus; no lejos de allí, la apside nueva de S. German el viejo, alargada en 1458 con un extremo de la calle aux Febres; y luego, de vez en cuando una encrucijada atestada de gente, una picota levantada en una esquina; un bello pedazo del pavimento de Felipe Augusto, magnifico enlosado listado por los piés de los caballos en medio de la senda, y tan mal reemplazado en el siglo XVI por los miserables guijarros llamados empedrado de la liga; un patio interior desierto con una de aquellas diáfanas torrecillas de la escalera como se hacian en el siglo XV y como se ve una todavia en la calle de los Bourdonnais. En fin, á la derecha de la Capilla Santa, hácia el poniente, ostentaba el Palacio de Justicia en la orilla del rio su grupo de torres. Los arbolados de los jardines del rey que cubrian la punta occidental de la Ciudad, tapaban el istote del Vaquero. Por lo que hace al rio, desde lo alto de las torres de Nra. Sra., no se veia absolutamente por ninguno de los dos lados de la ciudad; el Sena desaparecia bajo los puentes, los puentes bajo las casas.
Y cuando la vista pasaba estos puentes, cuyos ojos verdeaban prematuramente, enmohecidos por los vapores del agua, si se dirigia á la izquierda hácia la Universidad, el primer edificio que divisaba era un ancho y bajo manojo de torres, las del Petit Chatelet, cuyo pórtico devoraba la extremidad del pequeño Puente; y luego si recorria la orilla del levante al poniente, de la Tournelle á la torre de Nesie, veia un largo cordon de casas con sus vigas esculpidas, con sus vidrios de colores, venciéndose de piso en piso hácia el suelo, un interminable zigzag de paredes caseras, cortado frecuentemente por una boca calle y aun acaso de vez en cuando por el frente ó el costado una magnífica casa de piedra, colocada á sus anchuras, ella y sus patios y sus jardines con toda comodidad, entre aquel populacho de casas sofocadas y espachurradas, como un gran señor entre una cálila de pelagatos. Cinco ó seis habia de estos caserones sobre el muelle desde el palacio de Lorraine, que dividia con el convento de los Bernardinos, el gran recinto inmediato á la Tournelle, hasta el palacio de Nesle, cuya torre principal era uno de los limites de Paris, y cuyos techos puntiagudos estaban en posesion durante tres meses del año de recortar con sus triángulos negros el disco escarlata del sol poniente.
Este lado del Sena era el ménos mercantil de todos, mas bulla metian en él los estudiantes que los artesanos, y no tenia muelle, propiamente hablando, mas que desde el puente de S. Miguel hasta la torre de Nesle. El resto de la orilla del Sena ya era una playa desnuda, como desde los Beruardinos en adelante, ya un amontonamiento de casas que metian los piés en el agua, como entre los dos puentes.
Habia en aquel sitio grande algazara de lavanderas que gritaban, hablaban y cantaban desde por la mañana hasta por la noche, sacudiendo la ropa de firme, como en nuestros dias. No es esto lo ménos divertido de Paris.
La Universidad presentaba á la vista una mole inmensa, formando desde uno á otro extremo un todo homogéneo y compacto. Aquellos mil techos apiñados, angulosos, adherentes, compuestos casi todos del mismo elemento geométrico, presentaban á vista de pájaro el aspecto de una cristalizacion de la misma sustancia. El caprichoso barranco de las calles no cortaba en lineas demasiado desproporcionadas aquella muchedumbre de casas, entre ellas se veian diseminados con bastante igualdad los cuarenta y dos colegios. Las variadas y ricas techumbres de aquellos magnificos edificios eran producto del mismo arte que el de los simples techos, no siendo en resumidas cuentas mas que una multiplicacion elevada al cuadrado, ó al cubo, de la misma figura geométrica: por esta razon complicaban el conjunto sin embrollarle y le completaban sin ofuscarle. La geometría es una armonia. Veíanse tambien algunos magnificos caserones por cima de las pintorescas buhardillas de la orilla izquierda, como la casa de Nevers, el palacio de Roma, el de Reims, que han desaparecido; el palacio de Cluny, que subsiste todavia para consuelo del artista, y cuya torre han cercenado tan estúpidamente hace algunos años. Junto á Cluny, palacio romano, de bellisimos arcos semicirculares, estaban las termas de Juliano. Veíanse tambien numerosas abadias de una hermosura mas