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Biblioteca de Gaspar y Roig.

—Es un mono contrahecho, observaba Gauchére.

—Es un milagro, repuso Enriqueta la Gualtiere. En ese caso, observó Inés, este es el tercero desde el domingo de Laetare; porque aun no hace ocho dias que tuvimos el del que hacia burla de los peregrinos castigados por Ntra. Sra. de Auberoilliers y ya era el milagro segundo del mes.

—Esto que se llama niño expósito es un verdadero monstruo de abominacion, añadió Juana.

—Es capaz de dejar sordo á un chantre con sus berridos, prosiguió Gauchére. —¡Calla chillon!

—¡Y pensar que el señor obispo de Reims es quien envia esta enormidad al señor obispo de Parislañadia la Gualtiere, cruzando las manos.

—Yo sospecho decia Inés la Herme que será un ave chucho, un animal, el producto de un judio y de una marrana; algo en fin que no es cristiano, y que es menester echar al agua ó al fuego.

—Estoy segura, dijo la Gualtiere, que nadie vendrá á recojerle.

—¡Jesus, ¡Dios mio! exclamó Inés, y esas pobres nodrizas que están en la inclusa al fin de la callejuela bajando al rio, allí juntito al palacio del señor obispo! si las llevasen para criar este monstruo! mejor daria yo de mamar á un vampiro.

—¡Que inocente es esta pobre la Herme! repuso Juana; pues no veis, hermana, que este monstruo tiene por lo menos cuatro años, y que apeteceria menos vuestras mamas que un cabrito asado.

No era en efecto un recien nacido «aquel mónstruo». (Mal pudiéramos nosotros calificarle con otro nombre.) Era el tal ni mas ni ménos que una pequeña masa muy angulosa y movediza, empaquetado en un saco de lienzo con un rótulo impreso al nombre del Sr. Guillermo Chartier, obispo de Paris á la sazon, con una cabeza saliente. Esta cabeza era cosa bastantemente disforme; solo se veian en ella un bosque de pelos rojos, un ojo, una hoca y dientes. El ojo lloraba, la boca berreaba, y los dientes hubieran mordido de buena gana; y el todo se revolvia en el talego con notable estupefaccion del gentío que aumentaba y se renovaba sin cesar en derredor.

La señora Aloisa de Gondelaurier, dama noble y rica que llevaba de la mano á una preciosa niña de como hasta seis años, y arrastraba un largo velo pendiente de la aurea aguja de su peinado, detúvose al paso delante del tablado, y consideró por un momento á la desventurada criatura, mientras su linda hija Flor de Lis deletreaba con ayuda de su diminuto dedo el rótulo permanente enganchado en aquel lugar: niños expósitos.

—Vaya, dijo la señora volviendo la cara con repugnancia, yo pensaba que no se exponian aquí mas que criaturas.

Volvió entonces la espalda, echando en la bandeja un florin de plata que resonó entre los ochavos, é hizo abrir los ojos como el puño á las pobres viejas de la capilla Etienne-Haudry.

Pasó un momento despues el grave y erudito Roberto Mistricolle, protonotario del Rey, con un enorme misal en un brazo, y su mujer en el otro (la señorita Guillemette la Mairesse), colocado de este modo entre sus dos cánones, el espiritual y el temporal.

—¡Niño expósito! dijo despues de haber examinado el objeto, expósito al parecer en la orilla del rio Flageton.

—No se le vé mas que un ojo, observó la señorita Guillemette; tiene encima del otro una verruga.

—No es una verruga respondió maese Roberto Mitriscolle; es un huevo que contiene otro demonio semejante á este, el cual contiene otro hueve cillo que contiene otro diablo y así sucesivamente.

—¿Como lo sabeis? preguntó Guillemette la Mai

—Lo sé facultativamente, respondió el protonotario.

—Señor protonotario, preguntó Gauchére, ¿que pronostica vuestra merced de este pretendido niño expósito?

—Las mas inminentes desgracias, respondió Mistricolle.

—¡Ay, Dios mio! dijo una vieja en el auditorio; y añádase á eso que ha habido una terrible peste el año pasado, y que se dice van los ingleses á desembarcar en Harefleu.

—Y puede que eso impida que venga la reina á Paris en el mes de setiembre. ¡El comercio ya va tan mal!...

—Pienso, exclamó Juana de la Tarme, que mas valdria para los habitantes de Paris que este pequeñuelo nigromántico estuviese tendido sobre una hoguera que sobre un tablado.

—¡Una buena hoguera flamante! añadió la vieja.

—Eso seria lo mas prudente, dijo Mistricolle.

—Hacia algunos momentos que estaba escuchando los raciocinios de las viejas y las sentencias del protonotario un jóven sacerdote, de semblante severo ancha frente, y mirada profunda. Separó sin decir palabra á la gente; examínó al pequeño nigromántico y extendió la mano sobre él, muy á tiempo en efecto, porque ya todas las devotas se relamian el hocico de gusto pensando en la buena hoguera flamante.

—Yo adopto este niño, dijo el sacerdote.

Tomóle bajo su sotana, y se lo llevó, seguido de las