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minos y maneras comunes, los mismos de que me he servido cuantas veces he conversado con vosotros en la plaza pública, en las casas de contratacion y en los demás sitios en que me habeis visto, no os sorprendais, ni os irriteis contra mí; porque es esta la primera vez en mi vida que comparezco ante un tribunal de justicia, aunque cuento más de setenta años.

Por lo pronto soy extraño al lenguaje que aquí se habla. Y así como si fuese yo un extranjero, me disimulariais que os hablase de la manera y en el lenguaje de mi país, en igual forma exijo de vosotros, y creo justa mi peticion, que no hagais aprecio de mi manera de hablar, buena ó mala, y que mireis solamente, con toda la atencion posible, si os digo cosas justas ó nó, porque en esto consiste toda la virtud del juez, como la del orador: en decir la verdad.

Es justo que comience por responder á mis primeros acusadores, y por refutar las primeras acusaciones, antes de llegar á las últimas que se han suscitado contra mí. Porque tengo muchos acusadores cerca de vosotros hace muchos años, los cuales nada han dicho que no sea falso. Temo más á estos que á Anito y sus cómplices[1], aunque sean estos últimos muy elocuentes; pero son aquellos mucho más temibles, por cuanto, compañeros vuestros en su mayor parte desde la infancia, os han dado de mí muy malas noticias, y os han dicho, que hay un cierto Sócrates, hombre sabio que indaga lo que pasa en los cielos y en las entrañas de la tierra y que sabe convertir en buena, una mala causa.

Los que han sembrado estos falsos rumores son mis más peligrosos acusadores, porque prestándoles oidos, llegan


  1. Los últimos acusadores de Sócrates fueron Anito, que murió despues lapidado en el Ponto, Licon, que sostuvo la acusacion, y Melito. Vease á Eutifron.