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decir, que vino aquí un hombre de Paros, que es muy hábil; porque habiéndome hallado uno de estos dias en casa de Callias hijo de Hiponico, hombre que gasta más con los sofistas que todos los ciudadanos juntos, me dió gana de decirle, hablando de sus dos hijos: — Callias, si tuvieses por hijos dos potros ó dos terneros, ¿no tratariamos de ponerles al cuidado de un hombre entendido, á quien pagásemos bien, para hacerlos tan buenos y hermosos, cuanto pudieran serlo, y les diera todas las buenas cualidades que debieran tener? ¿Y este hombre entendido no deberia ser un buen picador y un buen labrador? Y puesto que tú tienes por hijos hombres, ¿qué maestro has resuelto darles? ¿Qué hombre conocemos que sea capaz de dar lecciones sobre los deberes del hombre y del ciudadano? Porque no dudo que hayas pensado en esto desde el acto que has tenido hijos, y conoces á alguno? — Sí, me respondió Callias. — ¿Quién es, le repliqué, de dónde es, y cuánto lleva? — Es Éveno, Sócrates, me dijo; es de Paros, y lleva cinco minas. Para lo sucesivo tendré á Éveno por muy dichoso, si es cierto que tiene este talento y puede comunicarlo á demás.

Por lo que á mí toca, atenienses, me llenaria de orgullo y me tendria por afortunado, si tuviese esta cualidad, pero desgraciadamente no la tengo. Alguno de vosotros me dirá quizá: — pero Sócrates, ¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra tí? Porque si te has limitado á hacer lo mismo que hacen los demás ciudadanos, jamás debieron esparcirse tales rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos un juicio temerario. Esta objecion me parece justa. Voy á explicaros lo que tanto me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escuchadme, pues. Quiza algunos de entre vosotros creerán que yo no hablo sériamente, pero estad persuadidos de que no os diré más que la verdad.