que considero suficiente contra mis primeras acusaciones.
Pasemos ahora á los últimos, y tratemos de responder á Melito, á este hombre de bien, tan llevado, si hemos de creerle, por el amor á la patria. Repitamos esta última acusacion, como hemos enunciado la primera. Héla aquí, poco más ó ménos: Sócrates es culpable, porque corrompe el los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios.
Hé aquí la acusacion. La examinaremos punto por punto. Dice que soy culpable porque corrompo la juventud; y yo, atenienses, digo que el culpable es Melito, en cuanto, burlándose de las cosas sérias, tiene la particular complacencia de arrastrar á otros ante el tribunal, queriendo figurar que se desvela mucho por cosas por las que jamás ha hecho ni el más pequeño sacrificio, y voy á probároslo.
Ven acá, Melito, dime: ¿ha habido nada que te haya preocupado más que el hacer los jóvenes lo más virtuosos posible?
Nada, indudablemente.
Pues bien; dí á los jueces cuál será el hombre que mejorará la condicion de los jóvenes. Porque no puede dudarse que tú lo sabes, puesto que tanto te preocupa esta idea. En efecto, puesto que has encontrado al que los corrompe, y hasta le has denunciado ante los jueces, es preciso que digas quién los hará mejores. Habla; veamos quién es.
Lo ves ahora, Melito; tú callas; estás perplejo, y no sabes qué responder. Y no te parece esto vergonzoso? ¿No es una prueba cierta de que jamás ha sido objeto de tu cuidado la educacion de la juventud? Pero, repito, ex-