de esta verdad, no con palabras, sino con otro recurso que estimais más, con hechos.
Oid lo que á mí mismo me ha sucedido, para que así conozcais cuán incapaz soy de someterme á nadie yendo contra lo que es justo por temor á la muerte, y como no cediendo nunca, es imposible que deje yo de ser víctima de la injusticia. Os referiré cosas poco agradables, mucho más en boca de un hombre, que tiene que hacer su apología, pero que son muy verdaderas.
Ya sabeis, atenienses, que jamás he desempeñado ninguna magistratura, y que tan sólo he sido senador. La tribu Antioquida, á la que pertenezco, estaba en turno en el Pritaneo, cuando contra toda ley os empeñasteis en procesar, bajo un contesto, á los diez generales que no habian enterrado los cuerpos de los ciudadanos muertos en el combate naval de las Arginusas[1]; injusticia que reconoceis y de la que os arrepentisteis despues. Entonces fuí el único senador que se atrevió á oponerse á vosotros para impedir esta violacion de las leyes. Protesté contra vuestro decreto, y á pesar de los oradores que se preparaban para denunciarme, á pesar de vuestras amenazas y vuestros gritos, quise más correr este peligro con la ley y la justicia, que consentir con vosotros en tan insigne iniquidad, sin que me arredraran ni las cadenas, ni la muerte.
Esto acaeció cuando la ciudad era gobernada por el pueblo, pero despues que se estableció la oligarquía, habiéndonos mandado los treinta tiranos á otros cuatro y á mí á Tolos[2], nos dieron la órden de conducir desde Salamina á Leon el salaminiano, para hacerle morir,