que yo te hiciera prevencion alguna, que tenias intencion de hablarme para saber por qué era el único que no me habia retirado?
Así te lo dije, y es muy cierto.
Ahora ya sabes la razon, y es, que yo te he amado á tí mismo, mientras que los demás sólo han amado lo que está en tí.
La belleza de lo que está en tí comienza á disiparse cuando tu belleza propia comienza á florecer; y si no te dejas malear y corromper por el pueblo, yo no te abandonaré en toda mi vida. Pero temo que infatuado con el favor del pueblo te pierdas, como ha sucedido á un gran número de nuestros mejores ciudadanos; porque el pueblo de la magnánima Erectea[1] tiene una preciosa máscara; pero es preciso verle con la cara descubierta. Creeme, pues, Alcibiades, y toma las precauciones que te digo.
¿Qué precauciones?
La de ejercitarte y aprender bien lo que es preciso saber ántes de mezclarte en los negocios de la república, fin de que, robustecido con un buen preservativo, puedas sin temor exponerte á los peligros.
Todo eso está muy bien dicho, Sócrates; pero trata de explicarme cómo podemos tener cuidado de nosotros mismos.
Ese es negocio ya ventilado; porque ante todas cosas hemos sentado lo que es el hombre, y con razon, porque temeriamos, no siendo este punto bien conocido, dirigir