lleva el nombre de su abuelo, y se llama Tucídides; aquél, que es el mio, tiene el nombre de mi padre y se llama Arístides como él. Hemos resuelto procurar su mejor educacion, y no hacer lo que acostumbran los más de los padres, que desde que sus hijos entran en adolescencia los dejan vivir á su libertad y capricho. Nuestra intencion es vigilarlos con el mayor esmero, sin perderlos de vista; y como vosotros teneis tambien hijos, hemos creido que, cual ninguno, habreis pensado en los medios de hacerlos muy virtuosos; y si esta idea no os ha ocupado sériamente, por ser vuestros hijos demasiado tiernos, hemos creido que llevareis muy á bien este recuerdo sobre un negocio que no debe aplazarse, y que conviene que deliberemos aquí, todos juntos, sobre la educacion que debemos darles.
Aunque este discurso os parezca largo, es preciso, si os place, Nicias y Laques, que tengais la bondad de oirme sobre este punto. Sabeis, que Melesías y yo no tenemos más que una mesa y que estos hijos comen con nosotros; nada os queremos ocultar, y como os dije al principio, os hablaremos con entera confianza. Tanto éste, como yo, conversamos con nuestros hijos, refiriéndoles las muchas proezas, que nuestros padre hicieron, tanto en paz como en guèrra, mientras estuvieron á la cabeza de los atenienses y de sus aliados; pero desgraciadamente nada semejante podemos decir de nosotros mismos, así es que nos sonrojamos en su presencia, y no tenemos más remedio que echar la culpa á nuestros padres; porque, desde que fuimos crecidos nos dejaron vivir en la molicie y en una licencia que nos han perdido, mientras que estaban ellos entregados al servicio de los demás. Por esto es por lo que no cesamos de amonestar á nuestros hijos, diciéndoles, que si se abandonan y no nos obedecen se deshonrarán; en lugar de que si se aplican, se mostrarán quizá dignos del nombre que llevan. Ellos responden, que nos obedecerán; y, en vista de esta promesa, andamos inda-