Puesto que Lisímaco y Melesías nos han llamado para que les diéramos consejos sobre la educacion de sus hijos, por el ánsia de hacerlos virtuosos, nosotros, Nicias y Laques, estamos obligados, si creemos haber adquirido sobre esta materia la capacidad necesaria, á darles el nombre de los maestros que hemos tenido, probar que eran hombres de bien, y que, despues de haber formado muchos buenos discípulos, nos han hecho virtuosos tambien á nosotros; y si alguno entre nosotros pretende no haber tenido maestro, que nos muestre sus obras y nos haga ver entre los atenienses ó los extranjeros, entre los hombres libres ó los esclavos, las personas que con sus preceptos se han hecho mejores segun el voto de todo el mundo. Si no podemos nombrar nuestros maestros, ni hacer ver nuestras obras, es preciso remitir nuestros amigos en busca de consejo á otra parte, y no exponernos, corrompiendo á sus hijos, á las justas quejas que podrian dirigirnos hombres que nos aman. Por lo que á mí toca, Lisímaco y Melesías, soy el primero en confesar que jamás he tenido maestro en este arte, aunque con pasion le he amado desde mi juventud; pero no he sido bastante rico para pagar á sofistas, que se alababan de ser los únicos capaces de hacerme hombre de bien, y por mí mismo aún no he podido encontrar este arte. Si Nicias y Laques lo han encontrado, no me sorprenderá; porque siendo más ricos que yo, han podido hacer que se les enseñara, y siendo tambien más viejos han podido encontrarle por sí mismos; por esto me parecen muy capaces de poder instruir á un jóven. Por otra parte, jamás hubieran hablado con tanto desembarazo sobre la utilidad ó mutilidad de estos ejercicios, si no estuviesen seguros de su capacidad. Por lo tanto, á ellos es á quienes corresponde hablar. Pero lo que me sorprende es que estén tan encontrados en sus dictámenes. Te ruego, Lisímaco, que à la manera que Laques te suplicó
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