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ha conversado sucesivamente con los poetas, con los políticos, con los artistas y con los oradores; es decir, con los hombres que pasan por los más hábiles y los más sabios de todos; y como ha visto en los unos y en los otros, en medio de su exagerada pretension á una sabiduría y á una habilidad universales, igual incapacidad para justificarlos hasta en el dominio limitado de su respectivo arte, declara que sus ojos la sabiduría humana es bien poca cosa, ó más bien, que no es nada si no se inspira en la única verdadera sabiduría, que reside en Dios, y que sólo se revela al hombre por las luces de la razon.

Pero los enemigos de Sócrates no se contentaron con acusaciones generales, y formularon, por boca de Melito, estas dos acusaciones concretas: primero, que corrompia á los jóvenes; segundo, que no creia en los dioses del Estado y que los sustituia con extravagancias demoniacas. Estos dos cargos se llamaban y apoyaban el uno al otro, porque tenian por fundamento comun el crímen de ultraje á la religion.

Sobre el primer punto, Sócrates responde solamente que por su interés personal no era fácil que corrompiera á los jóvenes, porque los hombres deben esperar más mal que bien de aquellos à quienes dañan. Su defensa sobre el segundo punto no es más categórica. Porque, en lugar de probar á Melito que cree en los dioses del Estado, Sócrates cambia los términos de la acusacion, y prueba que cree en los dioses, puesto que hace profesion de creer en los demonios, ¡hijos de los dioses. ¿Pero estos dioses son los de la república? Sobre esto nada dice.

Su arenga toma de repente un carácter de elevacion y fuerza, cuando invocando su amor profundo á la verdad y la energía de su fe en la mision de que se cree encargado, revela, delante de los jueces, el secreto de toda su vida. Si no ha vivido como los demás atenienses; si no ha ejercido las funciones públicas, no ha sido por capricho