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ducido á contemplar la belleza que se encuentra en las acciones de los hombres y en las leyes, á ver que esta belleza por todas partes es idéntica á sí misma, y hacer por consiguiente poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar á las ciencias para contemplar en ellas la belleza; y entónces, teniendo una idea más amplia de lo bello, no se verá encadenado como un esclavo en el estrecho amor de la belleza de un jóven, de un hombre ó de una sola accion, sino que lanzado en el océano de la belleza, y extendiendo sus miradas sobre este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y pensamientos más grandes de la filosofía, hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplacion, sólo perciba una ciencia, la de lo bello.

Préstame ahora, Sócrates, toda la atencion de que eres capaz. El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos, despues de haber recorrido en órden conveniente todos los grados de lo bello y llegado, por último, al término de la iniciacion, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, a quella ¡oh Sócrates! que era objeto de todos sus trabajos anteriores; belleza eterna, increada é imperecible, exenta de aumento y de diminucion; belleza que no es bella en tal parte y fea en cual otra, bella sólo en tal tiempo y no en tal otro, bella bajo una relacion y fea bajo otra, bella en tal lugar y fea en cual otro, bella para éstos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de sensible como el semblante ó las manos, ni nada de corporal; que tampoco es este discurso ó esta ciencia; que no reside en ningun sér diferente de ella misma, en un animal, por ejemplo, ó en la tierra, ó en el cielo, ó en otra cosa, sino que existe eterna absolutamente por sí misma y en sí misma; de ella participan todas las demás bellezas, sin que el nacimiento ni la destruccion de éstas causen ni la menor diminucion ni el