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Página:Obras completas de Platón - Tomo V (1871).djvu/357

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evitarle; pero cuando vuelvo á verle, me avergüenzo en su presencia de haber desmentido mis palabras con mi conducta; y muchas veces preferiria, así lo creo, que no existiese; y sin embargo, si esto sucediera, estoy convencido de que seria yo aún más desgraciado; de manera que no sé lo que me pasa con este hombre.

Tal es la impresion que produce sobre mí y tambien sobre otros muchos la flauta de este sátiro. Pero quiero convenceros más aún de la exactitud de mi comparacion y del poder extraordinario que ejerce sobre los que le escuchan; y debeis tener entendido que ninguno de nosotros conoce á Sócrates. Puesto que he comenzado, os lo diré todo. Ya veis el ardor que manifiesta Sócrates por los jóvenes hermosos; con qué. empeño los busca, y hasta qué punto está enamorado de ellos; veis igualmente que todo lo ignora, que no sabe nada, ó por lo ménos, que hace el papel de no saberlo. Todo esto ¿no es propio de un Sileno? Enteramente. El tiene todo el exterior que los estatuarios dan á Sileno. Pero abridle, compañeros de banquete; ¡qué de tesoros no encontrareis en él! Sabed, que la belleza de un hombre es para él el objeto más indiferente. No es posible imaginar hasta qué punto la desdeña, así como la riqueza y las demás ventajas envidiadas por el vulgo. Sócrates las mira todas como de ningun valor, y á nosotros mismos como si fuéramos nada; y pasa toda su vida burlándose y chanceándose con todo el mundo. Pero cuando habla sériamente y muestra su interior al fin, no sé si otros han visto las bellezas que encierra, pero yo las he visto, y las he encontrado tan divinas, tan preciosas, tan grandes y tan encantadoras, que me ha parecido imposible resistir á Sócrates. Creyendo al principio que se enamoraba de mi hermosura, me felicitaba yo de ello, y teniéndolo por una fortuna, creí que se me presentaba un medio maravilloso de ganarle, contando con que, complaciendo á sus deseos, obtendria seguramente de él que me comuni-