Página:Obras de Aristóteles - Tomo X.djvu/18

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
12

aparece nublada, tiene precision de combatir y medir sus fuerzas con el error, y necesita, sobre todo en filosofía, en la que abundan tanto los sistemas falsos, asentarse en medio de ruinas y desembarazar el terreno, si no quiere quedar oscurecida, y hasta perecer. En la Grecia disputadora pulularon los sistemas; á ellos siguió el hastío, y fatigados de todas estas especulaciones, que se destruían las unas con las otras, hubo muchos que se echaron en brazos del escepticismo. ¿Cuál debía ser la mision del filósofo que pretendiese regenerar la ciencia y asentarla sobre nuevas é inquebrantables bases? ¿Debía simplemente dar á luz su sistema, y entregarle desnudo á los ataques de las doctrinas contemporáneas y del escepticismo? En este caso hubiera sucumbido muy pronto. El que se presenta como innovador, no debe temer la lucha, y, ántes por lo contrario, debe provocarla. Aristóteles venía á hacer una revolucion, tenía que destruir sistemas, y ántes de edificar era preciso demoler, y por esta razon el dogma va siempre en él como escoltado por la critica. Unas veces se arroja en medio de los sistemas opuestos, y apoyándose en sus propios principios, los destruye empleando una argumentacion enérgica y vigorosa; sobre todo, ataca sin tregua á los sofistas, contra los cuales vuelve hábilmente las mismas armas de que ellos se sirven. Otras veces compara los principios de sus predecesores con los que él mismo ha establecido, y no pára hasta convencerles de su impotencia y de su error. Pero no es esto solo; ataca su propio sistema, le somete á su inflexible análisis, expone las dificultades, las contradicciones, y hasta cierto punto le reduce á polvo; y cuando nos ve sin tener que decir y sin esperanza, y cuando desesperamos de encontrar la verdad, en medio de las contradicciones que surgen por todas partes, hace que aparezca poco a poco la luz, que todo se concilie, que reine el órden allí donde sólo veíamos ántes el desórden y el cáos, y que el espíritu descanse en el seno de una admirable armonia.

¿Pero para qué tanto trabajo? ¿Por qué buscar la ciencia por tan tortuosos caminos? Porque nada contribuye tanto á que brille un sistema como esta continua confrontacion con las dificultades que está llamado á resolver. Es muy bueno que un principio esté apoyado en la observacion, relacionado con la experiencia y la razon universal; pero es mucho mejor aún el hacerse cargo de todas las dificultades. Hay, como dice Aristóteles, métodos diversos segun son distintos los espíritus. Para unos, basta enunciar los principios para que los admitan; otros, por lo contrario, exigen que se les demuestre[1] todo rigurosamente; no admiten los principios, si no los poneis en la imposibilidad de negarles su adhesion. Á éstos es conveniente demostrarles la verdad provista, por decirlo así, de todas las armas.

El preámbulo de la Metafísica es de una extension inmensa, y á primera vista desproporcionada. Se compone nada ménos que de los seis primeros libros, cuando la obra entera consta sólo de catorce. Pero el asombro cesa


  1. Libro ii, cap. iii.