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GUSTAVO A. BECQUER

tentaciones, y marchad, marchad á ocupar la tri¬ buna del órgano; la misa va á comenzar y ya es¬ peran con impaciencia los fieles... Vuestro padre está en el cielo, y desde allí, antes que á daros sus¬ tos, bajará á inspirar á su hija en esta ceremonia solemne para el objeto de tan especial devoción.

La priora fué á ocupar su sillón en el coro en medio de la comunidad. La hija de maese Pérez abrió con mano temblorosa la puerta de la tribuna para sentarse en el banquillo del órgano, y comen¬ zó la Misa.

Comenzó la Misa, y prosiguió sin que ocurriese nada de notable hasta que llegó la consagración. En aquel momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el órgano un grito de la hija de maese Pérez...

La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron á la tribuna.

—¡Miradle, miradle! decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se ha¬ bía levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.

Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo, y no obstante, el órgano seguía sonando... sonando como sólo los arcánge¬ les podrían imitarlo en sus raptos de místico al¬ borozo.

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