tañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto... sí; porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de un color imposible; unos ojos...
—¡Verdes! exclamó Iñigo con un acento de profundo terror, é incorporándose de un salto en su asiento.
Fernando le miró á. su vez como asombrado de que concluyese lo que iba á decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:
—¿La conoces?
—¡Oh, no! dijo el montero. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio ó mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, á no volver á la fuente de los Álamos. Un día ú otro os alcanzará su venganza, y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.
—¡Por los que más amo!... murmuró el joven con una triste sonrisa.
—¡Sí, prosiguió el anciano; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer...
—¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre,