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GUSTAVO A. BECQUER

corona, ó el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para tí, aunque ne costase la vida ó la condenación. Pero á la Virgen del Sagrario, á nuestra Santa Patrona, yo... yo que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!

—¡Nunca! murmuró María con voz casi imperceptible; ¡nunca!

Y siguió llorando.

Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río. En la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador entre las rocas sobre que se asienta la ciudad imperial.

III

¡La catedral de Toledo! Figuráos un bosque de gigantes palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.

Figuráos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.