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GUSTAVO A. BECQUER

púsculo tiende sus alas diáfanas sobre los valles, robando el color y las formas á los objetos, que parecen vacilar agitados por el soplo de un espíritu.

III

Los confusos rumores de la ciudad, que se evaporan temblando; los melancólicos suspiros de la noche, que se dilatan de eco en eco repetidos por las aves, los mil ruidos misteriosos que como un himno á la Divinidad levanta la creación ai nacer y al morir el astro que la vivifica, se unen al murmullo de Jawkior, cuyas ondas besa la brisa de la tarde, produciendo un canto dulce, vago y perdido como las últimas notas de la improvisación de una bayadera.

IV

La noche vence; el cielo se corona de estrellas, y las torres de Kattak para rivalizar con él se ciñen una diadema de antorchas. ¿Quién es ese caudillo que aparece al pie de sus muros, al mismo tiempo que la luna se levanta entre ligeras nubes más allá de los montes, á cuyos pies corre el Gan-