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GUSTAVO A. BECQUER

la comunidad había decidido que, en honor del difunto y como muestra de respeto á su memoria, permanecería callado el órgano en esta noche, héte aquí que se presenta nuestro hombre, diciendo que él se atreve á tocarlo... No hay nada más atrevido que la ignorancia... Cierto que la culpa no es suya, sino de los que le consienten esta profanación... pero, así va el mundo... y digo, no es cosa la gente que acude... cualquiera diría que nada ha cambiado desde un año á otro. Los mismos personajes, el mismo lujo, los mismos empellones en la puerta, la misma animación en el átrio, la misma multitud en el templo... ¡Ay, si levantara la cabeza el muerto! se volvía á morir por no oir su órgano tocado por manos semejantes. Lo que tiene que, si es verdad lo que me han dicho las gentes del barrio, le preparan una buena al intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano sobre las teclas, va á comenzar una algarabía de sonajas, panderos y zanbombas, que no haya más que oir... pero ¡calle! ya entra en la iglesia el héroe de la función. ¡Jesús, qué ropilla de colorines, qué gorguera de cañutos, qué aires de personaje! Vamos, vamos, que ya hace rato que llegó el arzobispo, y va á comenzar la misa... vamos, que me parece que esta noche va á darnos que contar para muchos días.

Esto diciendo la buena mujer, que ya conocen