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Gustavo A. Becquer.

céis? ¿Adonde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! exclamaron todos al ver que el romero levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse á la puerta.

— ¿Adonde voy? A oir esa maravillosa música, á oir el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.

Y esto diciendo, desapareció de la vista del espantado lego y de los no menos atónitos pastores.

El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el horizonte que desde ellas se descubría.

Pasado el primer momento de estupor, exclamó el lego:

— ¡Está loco!

— ¡Está loco! repitieron los pastores; y atizaron de nuevo la lumbre, y se agruparon alrededor del hogar.