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La mujer de piedra.

apóstoles llamaban hacia sí, por sus imponentes ó graciosas formas, por sus cualidades de ejecución ó de gallardía, la atención y el estudio del que los contemplaba; pero entre todas estas figuras una fué la que logró conmoverme con una impresión parecida á la que al descubrirlo me produjo el ábside de la iglesia: una figura que al pronto reconcentraba todo el interés de aquella máquina maravillosa, para la cual parecía levantada la mejor y más bella parte del monumento, como pedestal de una estatua ó marco de una pintura, del que podía decirse era la pudorosa flor que, escondida entre las hojas, perfumaba de misterio y poesía aquella selva petrificada y apocalíptica, en cuyo seno y por entre las guirnaldas de acanto, los tréboles y los cardos puntiagudos, pululaban millares de criaturas deformes, reptiles, sierpes, trasgos y dragones con alas monstruosas é inmensas.

— Yo guardo aún vivo el recuerdo de la imagen de piedra, del rincón solitario, del color y de las formas que armoniosamente combinados formaban un conjunto inexplicable; pero no creo posible dar con la palabra una idea de ella, ni mucho menos reducir á términos comprensibles la impresión que me produjo.

Sobre una repisa volada, compuesta de un blasón entrelazado de hojas y sostenido por la deforme cabeza de un demonio, que parecía gemir con