Queridos amigos: Hace dos ó tres días, andando á la casualidad por entre estos montes, y habiéndome alejado más de lo que acostumbro en mis paseos matinales, acerté á descubrir casi oculto entre las quiebras del terreno y fuera de todo camino un pueblecillo, cuya situación por extremo pintoresca me agradó tanto, que no pude por menos de aproximarme á él para examinarle á mis anchas. Ni aun pregunté su nombre; y si mañana ó el otro quisiera buscarle por su situación en el mapa, creo que no lo encontraría: tan pequeño es y tan olvidado parece entre las ásperas sinuosidades del Moncayo. Figúrense ustedes en el declive de una montaña inmensa y sobre una roca que parece servirle de pedestal, un castillo del que sólo quedan en pie la torre del
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CARTA TERCERA