la tarde. Tras éste vinieron otros cuantos, hasta cinco ó seis, y cuando todos hubieron conchudo de rezar y remojarse el cogote, llamólos el viejo y les dijo:
— Veo con gusto que sois buenos musulmanes, y que ni las ordinarias ocupaciones, ni las fatigas de vuestros ejercicios os distraen de las santas ceremonias que á sus fieles dejó encomendadas el Profeta. El verdadero creyente, tarde ó temprano, alcanza el premio: unos lo recogen en la tierra, otros en el paraíso, no faltando á quienes se les da en ambas partes, y de éstos seréis vosotros.
Los pastores, que durante la arenga no habían apartado un punto sus ojos del mendigo, pues por tal le juzgaron al ver su mal pelaje y peor desayuno, se miraban entre sí, después de concluido, como no comprendiendo adonde iría á parar aquella introducción si no era á pedir una limosna; pero con grande asombro de los circunstantes, prosiguió de este modo su discurso:
— He aquí que yo vengo de una tierra lejana á buscar servidores leales para la guarda y custodia de un famoso castillo. Yo me he sentado al borde de las fuentes que saltan sobre una taza de pórfido, á la sombra de las palmeras en las mezquitas de las grandes ciudades, y he visto unos tras otros venir muchos hombres á hacer las abluciones con sus aguas, éstos por mera limpieza, aquéllos por